El olfato
El olfato no solo regula algunas de las funciones físicas vegetativas, también ejerce influencia sobre toda nuestra personalidad y sobre nuestro mundo emocional. Esto significa, entre otras cosas, que determinadas estructuras cerebrales (sistema límbico, hipotálamo, tálamo), responsables no solo de los procesos físicos sino también de los procesos emocionales, están en contacto muy estrecho con nuestro sentido del olfato. Por medio de estas centrales de conexión y regulación los mensajes aromáticos ejercen influencia sobre la generación de determinados sentimientos, patrones de comportamiento y de reacciones físicas.
Olfato humano
En teoría podemos distinguir hasta entre 10.000 aromas diferentes y almacenarlos en nuestra memoria, una habilidad que en esta forma no es común ni para los animales. Pero, en realidad, estos representan solo un tercio de las sustancias aromáticas que se encuentran en nuestra atmósfera, de los cuales podemos distinguir a su vez sólo unas 200 entre sí.
En resumen puede comprobarse que nuestro bienestar general depende más de lo que sabíamos hasta ahora de nuestra capacidad olfativa.
Partes del olfato
Observando desde el punto de vista anatómico, el ser humano pertenece a los seres vivientes que poseen una región olfativa relativamente pequeña, pero con un considerable rendimiento. Por ejemplo, un ser humano puede oler e identificar la sustancia aromática denominada vainillina que se encuentra en el aire aun en las más pequeñas concentraciones. Algo similar sucede con el almizcle, una sustancia aromática obtenida de las glándulas sexuales del ciervo almizclado. Con la respiración nasal, olemos esta sustancia, de la que se dice que tiene fuerte influencia sobre nuestro comportamiento sexual, aunque esté presente en cantidades muy reducidas. Comparando con el almizcle, solo podemos percibir el aceite de menta en una concentración 500 veces superior. Esto llama la atención si se tiene en cuenta que el aceite de menta tiene un aroma muy fuerte.